Vicepresidente, ministro, tan querida y amada amiga Alicia; queridos artistas, amigos y parte de esta familia de la cultura cubana:
Asistimos a un acto, por su naturaleza, excepcional. Lo es por el hecho de haber tratado de crear en la obra en bronce de Villa el espíritu de un ser excepcional y transformarlo en bronce.
Por lo general, esto suele ocurrir en el universo del arte y de la cultura mucho después. Y muy pocos alcanzan el privilegio de asistir a ese acto viéndolo con sus ojos.
Y es que Alicia, que lo ve desde lo más profundo de su espíritu, sabe que este homenaje que hoy se le tributa es el de la Nación Cubana a una de sus hijas más destacadas, a una mujer excepcional nacida en esta ciudad de La Habana, y que convirtió a ella, su cuna, y a la isla amada que fue siempre su supremo ideal en cualquier latitud del planeta, donde la llevó en la gloria de su arte, y en el reconocimiento de los más simples y de los más entendidos, al más alto sitial posible.
Alicia, tan cubana, llevó el ejercicio de su vocación, a partir de un determinado instante, a una vocación heroica. Lo hizo con serenidad y aplomo, que sorprende a todos los que hemos tenido el privilegio de conocerla a lo largo de los años. Esa sencillez y aplomo y al mismo tiempo esa férrea voluntad, no sólo para sostenerse ella misma sino para crear y dejar a su patria y al mundo una escuela, una escuela cubana de ballet que es su suprema creación, lo que ella modeló con su figura, lo que ella hizo vibrar en el corazón de los que fueron testigos, en diversas latitudes, de sus presentaciones. Los que alguna vez coincidimos, a veces en condiciones difíciles, junto a ella, con la compañía errante por diversos espacios del planeta, luchando y abriendo las puertas y los muros que se tendían en torno a Cuba, comprendemos el valor de su obra, de su sentido nacional y patriótico, de su vocación de demostrar el valor y la importancia del género, y llevarlo a convertirse en la vocación de muchos, en el empeño de muchas y muchos jóvenes.
No sería posible hablar de ella sin encontrar los orígenes de lo que fue su formación humana, la formación de su carácter: sus padres, por ejemplo, siempre recordados; los amigos y amigas que la acompañaron desde los días de su adolescencia y juventud; aquella institución importante e imposible de soslayar de la cultura nacional que fue Pro-Arte Musical, la labor desplegada en ella de manera altruista y al mismo tiempo de manera lúcida, llamando a intelectuales y artistas de distintas disciplinas a formarse para servir a Cuba en estos menesteres del arte y en esta especulación sobre nuestra vida y destino como pueblo.
No es casual que los más importantes pensadores cubanos, a lo largo de un período de décadas, se hayan expresado de Alicia Alonso como de algo esencial en el nervio acerado de la cubanía. Ella no la recibió y la tiene solo por derecho, sino la tiene por vocación, la vocación que la llevó, muy joven, a ir a Estados Unidos y a vivir allí, en el seno de aquella nación, como José Martí, y a triunfar en ella, con aquellos maestros que venían de la escuela rusa, italiana, francesa o norteamericana, y a todos los cuales demostró el genio y el talento que parecía haber venido al mundo con ella. Es insoslayable, el nombre de Fernando Alonso está unido también a ella, y que sin ese binomio tan importante, Cuba no tendría, ni en el magisterio y el ejercicio del arte del uno y en la vocación espléndida y ejemplar de la otra, algo para la gloria no actual sino futura.
¡Qué momento tan importante es éste! ¡Y qué instante de la historia tan importante es éste! Se sabe que Alicia ha recibido múltiples honores, las grandes condecoraciones, las más difíciles que otorgan naciones extremadamente exigentes aún para premiar a sus propios hijos, pero siempre llevó, como el timbre más glorioso, la Orden de José Martí, la cual le fue colocada, y que tan pocos llevan en Cuba y en el mundo, la Orden de su devoción más profunda, su devoción cubana, su amor infinito a ese que llamó, en letras sublimes, dulcísimo misterio de ternura, nuestro Apóstol cubano.
Para Alicia es hoy este homenaje que tributaría con gran placer y gran gusto toda la nación y sus admiradores en todo el planeta. Las bailarinas más afamadas rindieron ante ella las palmas de su propia gloria; y este teatro al cual Alicia tanto ha querido, restaurado por la cultura cubana, se ennoblece y se engrandece ahora, cuando, como obra de inmigrantes, adoloridos e infelices por estar apartados de su tierra, lo levantaron centavo a centavo, para que en el día de hoy sea, para todos los cubanos, una casa en la cual de ahora y para siempre, el nombre de Alicia, por decisión ya anticipada del Presidente del Consejo de Estado y Gobierno, General de Ejército, lleva su nombre: Gran Teatro Alicia Alonso. Y es que ella, maestra, ha sido llamada prima ballerina assoluta, primera ballerina absoluta. Quiere decir, una que llevó en ella, en su arte, todas las perfecciones posibles, y en su humanidad llevó siempre aquellos rasgos de sencillez y esa mano de hierro indispensable, a veces no comprendida, para poder sostener una compañía en tiempos difíciles, mantener su disciplina, sostener la lealtad, enseñar a todos que Cuba, la Patria, estaba por encima de todo, y que si se apartaban de la luz, si se apartaban de ella, de esa estrella radiante y solitaria, la de ellos palidecería lentamente en el tiempo. Por eso, ella, siempre, aquí.
Hoy, al develar la bellísima obra del maestro Villa, con la cual llega a un momento estelar de su creación artística —era una obra difícil, enormemente difícil—. Alicia fue a tocarla con sus manos, acariciarla con sus manos, y la hizo, identificó tras del bronce frío la sangre hirviente de su espíritu. Ella pudo verla con la luz del corazón, que, como decía su eximia amiga Dulce María Loynaz, acompaña para siempre a aquellos que han visto alguna vez, y aún en la sombra descubren todavía los matices, los colores y el brillo de las cosas.
Para ti, maestra, para usted, Alicia, para usted, eximia luchadora que llevó en todos los géneros de su arte el éxito, el triunfo y el nombre de Cuba, este día. A nadie le ha sido conferido, que yo sepa, en esta tierra, tal honor. Otros, con gloria infinita, proscribieron a las generaciones futuras de hacerlo. Solamente usted ha podido, por voluntad de ellos, de la Revolución, y de la Revolución toda, que se convierta en bronce, para que seas ejemplo a las generaciones futuras; y como estas niñas que como palomas han tirado del velo que cubre ahora el monumento, que este primer día de enero en el cual el Ballet Nacional de Cuba, que una vez llevó el nombre de su fundadora y que ella unió para siempre al de Cuba, y que lo hizo sobre las gradas de la Universidad de La Habana, el templo de la cultura, de la rebeldía, del pensamiento, de la ciencia, de todas las artes, este día será por siempre recordado, y cuando dentro de breves momentos comience la representación anual que en homenaje a la Revolución victoriosa que hizo como suyo el ballet y la abrazó a usted con una fe y con un amor infinito, reciba hoy, como tocó la estatua de Villa, que unos labios sutiles besan ahora su frente, los labios hermosos e imperecederos de Cuba.
Muchas gracias.
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