Diseños: Ricardo Reymena
Telón frontal: José Luis Fariñas
Obra inspirada en el texto homónimo de José Lezama Lima, creada en homenaje al poeta, en su centenario. “Muerte de Narciso” es un poema de juventud de José Lezama Lima, escrito a los 21 ó 22 años, y publicado en la revista Verbum en 1936.
El mito de Narciso describe a un bello adolescente que nunca escuchó los llamados del amor, y que se fascinó hasta el paroxismo ante el enigma de su propia imagen reflejada en el agua.
El antiguo mito de Narciso posee varias versiones y múltiples tergiversaciones. Narciso vive en el bosque en una pura relación con la naturaleza. Cansado después de la caza, tranquiliza su sed en una fuente de agua, y de repente descubre su propia imagen reflejada en las aguas. Le fascina esa imagen misteriosa que no comprende y es atraído fatalmente hasta perder la vida entre las aguas.
Este ballet pretende un acercamiento a la atmósfera del poema, partiendo del principio lezamiano de que “los misterios no hay que aclararlos, lo que hay que pretender con ellos es que mantengan la vida de su fulguración”.
La música que sirve de apoyo a la coreografía pertenece al compositor cubano Julián Orbón (1925-1991), personalidad muy cercana a José Lezama Lima y al grupo de la revista Orígenes. Combina una selección de las Danzas sinfónicas (Declamatoria) y de Tres versiones sinfónicas (Xilófono).
Apunte sobre Muerte de Narciso:
Narciso como piedra filosofal, temblor que se transmuta y cristaliza en su disolución. Oro que se marchita, y Lezama que descubre esa perfección que muere justo cuando la seda del estanque, aguja del espejo, borra el cuerpo eternizando no la belleza, sino la fuga de su cifra.
Narciso, el hijo de la ninfa Liríope, es, para sí mismo, el cielo inaccesible que retrocede todavía más desde el reflejo; es la posibilidad actuando como imposible cuando, como predijo el adivino Tiresias, tejió su muerte al descubrirse, haciendo del hallazgo la máxima perdida. El castigo de Némesis le fija, deshaciéndole al entregarle lo que definitivamente se le escapa.
Desde la esencia misma del movimiento, entre aguas interiores o solares, como sugieren los movimientos esbozados en filigrana por Alicia al descifrar el enigma nidificado en sobrenaturaleza, fluye la paradoja de lo perfecto que se derrumba para ser, que debe fugarse para tocar, desde la muerte, la fibra más remota de los frutos y los pájaros.
Lezama le ha visto pasar a través de todos los ciervos y le adora deshecho, reconstruyéndole su instante más difícil, porque Narciso, de no morir, no se fugase, y si llegara a poseerse, no habría milagro.
Danae y la muerte cristalizan el segundo de la fuga en un río congelado que, sin embargo, fluye para siempre a través de sus alas de azogue, entreluz y de sangre. Recordamos, entonces, que los bulbos piriformes del Narciso en flor son tan venenosos como aquel reflejo que Némesis mudó en abismo, reuniendo, en una sola llama, los fragmentos de la imagen.
José Luis Fariñas