Diseños: Salvador Fernández, sobre los originales de Léon Bakst
En una calurosa tarde de verano, un fauno reposa sobre un peñasco. Siete ninfas llaman su atención, pues jamás ha visto criaturas semejantes. La presencia del fauno las asusta. Una le permite aproximarse, pero cuando el fauno trata de sujetarla, la ninfa se aleja, dejando caer un chal de seda. Al quedarse solo, el fauno toma el velo, lo acaricia imaginando a la ninfa ausente, y se abandona en éxtasis sensual sobre la seda.
La siesta de un fauno, es la obra que marca el debut de Nijinski como coreógrafo. La pieza, desde el punto de vista del concepto y el vocabulario coreográfico, no tenía precedentes. Con La siesta de un fauno, Nijinski rompió con más de un siglo de tradición, cuando liberó a sus danzantes del en dehors imprescindible en la danza académica, exigiendo una posición en paralelo de los pies. La peripecia del ballet, como una escena esculpida en piedra antigua, ocurría con un sentido marcado de gravedad, alejado del aire etéreo que caracterizaba a la danza clásica; exhibía una combinación alterna de movimiento cortantes con otros muy lentos, delimitados por poses estáticas con un alto sentido plástico. Los personajes, un fauno y siete ninfas, estaban colocados completamente «de perfil» con respecto al público. Los diseños fueron una verdadera obra de arte realizada por León Bakst. El público quedó sorprendido ante aquel retablo coreográfico; y muchos se escandalizaron por las alusiones eróticas de los segundos finales del ballet. Su estreno, hace cien años, el 29 de mayo de 1912, fijó el inicio de una leyenda en la historia de la danza.
La siesta de un fauno fue la primera obra del programa inaugural del Ballet Nacional de Cuba, el 28 de octubre de 1948. Su protagonista fue Ígor Youskévitch, en el papel del fauno.